Velázquez, Picasso, Antonio López y Víctor Erice: visiones de lo cotidiano
20 diciembre, 2011
Aunque Pablo Picasso inventó la modernidad a principios del siglo XX, nunca estuvo tan cerca de la tradición, el clasicismo y la historia del arte como en 1954, cuando inició otra de sus etapas destacadas con la realización de las grandes series, un conjunto de obras con el que quiso rendir su particular reverencia a los maestros del pasado. Manet, Delacroix o Poussin fueron algunos de sus pintores elegidos, a los que ensalzó mediante la libre interpretación de sus cuadros más emblemáticos. Sin embargo, fue con Las Meninas de Velázquez con las que se involucró de forma más obsesiva, sometiendo a un sinfín de transformaciones sucesivas el magnífico cuadro del pintor sevillano.
Hace tiempo que echo de menos a un buen amigo. Se llamaba Miguel Hernández y era poeta, como el poeta Miguel Hernández, casualidades de la vida. Que él y yo naciéramos el mismo día no es solo otra coincidencia, también nos hacía compartir un alma parecida. Era un empedernido lector (mezcla de locura y vicio) de poesía, literatura, filosofía, historia y arte, lo que lo convertía en un apasionado orador, tan polémico y perverso como sensible y esteta. Podía estar hablando hasta la saciedad, sobre todo de arte, y especialmente de una de sus categorías estéticas: la belleza. Decía que todo lo que es bello es erótico, y produce placer, por eso mismo todo lo erótico es bello.