2 noviembre, 2011
Publicado por Linda Silvester
Los textos que generan tanto la industria alimentaria como la hostelería tienen básicamente dos propósitos: informar acerca de un producto y venderlo. Ejemplos típicos de estas áreas de traducción son las etiquetas alimentarias, las cartas de los restaurantes, los catálogos y las fichas informativas sobre productos.
Los textos alimentarios son normalmente tan cortos y están tan omnipresentes en nuestras vidas que a menudo ni nos fijamos en ellos. Ya sea en el caso de las etiquetas, cuyo contenido puede resultar abstracto y poco atractivo, o porque seamos víctimas de una lectura apremiada por el apetito (en el caso de la carta de un restaurante), o bien porque los textos estén dirigidos a un público reducido y especializado (como puede ser el caso de los catálogos de producto).
Los etiquetados requieren una labor de investigación cuidadosa con los nombres de los aditivos y los ingredientes, pues su función es la de informar de manera precisa acerca del contenido del producto. En estos casos, a la hora de traducir hay que seducir con la palabra, a la vez que se debe mantener esa necesaria precisión. Esto puede convertirse en uno de los grandes retos de la traducción alimentaria por varias razones.
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